Sábado 20 agosto

AGOSTO
Sábado 20 
Hablándole a mis miedos
Los días pasan y todavía no tengo trabajo, o no me gané la quiniela, lo cual sería ideal. 
En realidad no jugué. Quizás si juego, gane...

Hablando en serio.
Veo correr los minutos y siento sobre mi espalda una cuenta regresiva que pesa.
Hace un tiempo no soy la misma. Tengo miedo. Me asusta la idea de que nada surja y tener que volver. "Soldado que huye, sirve para otra guerra" dicen. Hui de Buenos Aires hace dos meses y medio ya, y la guerra está acá, la guerra contra todo lo que dejé. No tengo motivos para volver a Buenos Aires. Me sofoca la idea de volver a un call center. De volver y que ese volver sea "retomar" la vida como la dejé. Es eso, sí. No el miedo a volver si no a volver a lo mismo. 
De chiquita le tenía miedo al cuco, y ahora de grande le agarré miedo al Sarmiento.
Me dan claustrofobia las oficinas y la sola idea de trabajar en un shopping otra vez me saca años de vida. 
No y no. No quiero. No. Mi vida no está allá. En la ciudad de la Furia. Llena de rutina, con contados espacios naturales. 
Me brotan viejas angustias desde el alma y lloro.
 Lloro a escondidas. 
La vida no es vida sin el lago. Quiero quedarme acá con todas mis fuerzas. 

Por otro lado, no abandoné mis ganas de viajar, de moverme, de conocer el mundo pero cuando hable de "volver a casa", quiero siempre referirme a Bariloche
Este es mi lugar, cerquita de mi amado Nahuel Huapi. 
Dale barba, tirame una soga. Me lo merezco por haber llegado hasta acá. 

Domingo 21
La visita de Papá fue un poco apabullante. Como es él, una explosión de energía, que no para de hablar. Lo extrañaba. Extrañaba hasta pelearme con él por cosas absurdas. 
Con la timidez que lo caracteriza, se encargó de hacer negocios internacionales con Venezuela, realizando un intercambio de buzos digno de una final del mundo con mi amigo el Pana. Cocinó a lo Francis Malmann, mientras relataba historias incomprobables. 

Lunes 22


"(...) del sueño, un puente. 
De la búsqueda... un encuentro"
Fragmento de "De todo quedaron tres cosas". Fernando Pessoa

-Vamos a Patagonia. 
-No, a Berlina.
-Nos pasamos. 
-Bueno, vamos a Patagonia.

La espera por el Bendito colectivo parece duplicar los minutos por cada grado que baja la temperatura. Pero esperamos, esperamos hasta que no esperamos más.
- Nos tomamos el 20 para el otro lado y volvemos a Berlina.

Y viene el 10. 
Sin envidiar las nueve medallas de Bolt, corrimos a tomar ese bendito colectivo al cual todavía no le entiendo la frecuencia:

-Esta parado. No arranca. 
- Va a salir en 40 minutos.
Es entonces cuando para un auto, que nos deja a mitad de camino y sin ninguna historia que contar. 
Con una larga distancia que nos separa de nuestro destino.
 ¿Qué raro no? ¿Falló esa magia universal que conocen todos los viajeros? 
 ¿Habrá sido el tiempo fugaz en nuestro transporte el culpable de no poder ahondar en cuestiones humanas?
 O será la excepción a la regla confirmando que extender un pulgar en la ruta crea un vínculo casi catártico entre chofer y acompañantes?

Como sea, veamos el vaso medio lleno, el camino medio recorrido:

-La vista es hermosa así que vale la pena.
-Según el GPS estamos a dos kilómetros... en subida...

Agitados, otra vez el pulgar juega el rol de vector indicando dirección y sentido. Pero nos ignoran. Seguimos. Lento pero seguro. Lo intentamos de nuevo. El auto se detiene. Y con una sonrisa, quien oficia de acompañante hace la pregunta:

- ¿A dónde van?
- Vamos a Patagonia.
- Hacia allá nos dirigimos.

Nos subimos, agradeciendo el gesto una vez más.
El destino propuso la charla, y por destino me refiero a la cervecería. Hasta ese momento solo eramos seres humanos que coincidian en un auto y al parecer, en gustos.

- ¿Qué les pareció el lugar?
- Todavía no fuimos.
- Yo sí, y es increíble.

Olvidé mencionar que eramos tres y por "piedra, papel o tijera" ganaba el desconocimiento.
- ¿Ustedes fueron?
- Yo trabajo ahí - nos informa el conductor designado.
- En realidad nosotros decidimos que fuera ahí.

Y ahí el dedo hizo su magia por dos, compensando la insípida experiencia anterior. 
Ellos fueron los que (discusiones de por medio, según nos contaron) decidieron ubicar una cervecería en un lugar que supo ser una procesadora de lavandas. El antiguo edificio se tiro abajo, y se construyo una fábrica-bar con vista  al lago moreno que permite tomar cerveza a la vez que se puede apreciar la escencia de la patagonia en su máxima expresión. Adentro, los pisos rememoran un poco el pasado floral del terreno con dibujos de lúpulos hechos con tapas de cerveza.
Confirmo que el boca en boca es la mejor estrategia de marketing. Me saco el sombrero ante estos dos muchachos que claramente saben lo que hacen.
Ahora sí el destino tenía razón  y todos los contratiempos jugaron a nuestro favor para llegar al lugar justo en el momento indicado.

Martes 23
Muchos días despierto amasando ganas pero hoy desperté con ganas de amasar: Ñoquis de calabaza. La salsa la hizo el master chef de la casa. Si vos, Nacho.
Para bajarlos, fuimos con papá a subir el campanario caminando. Pensé que perdía a mi compañero en el camino pero se la bancó como el mejor. Vale la pena el esfuerzo, la vista desde el cerro es increíble. Gracias al clima veraniego que nos acompañó pudimos disfrutar de una vista 360 a puro sol y selfies para la otra mitad de la familia que se quedó en Buenos Aires.

Miércoles 24
Papá se fue a caminar y hacer compras. Mientras yo me quedé en casa leyendo hasta mi horario de trabajo. Al rato llegó con Franui para malcriarnos.
Ya de tarde, después de una siesta reparadora nos fuimos al centro. Como una nena me comí un heladito mientras él terminaba su café. Nos sacamos fotos, caminamos, hablamos de cómo quedarían nuestros perros con barril, nos peleamos, nos reconciliamos y volvimos a casa.
Tertulia de por medio, se fue a dormir, no sin antes sacarse fotos con todos en el hostel.

Jueves 25
Me desperté 8:04 y papá ya se había ido.
Me agarró un ataque. ¿Dos meses y medio sin verlo y se va sin despedirse?
Lo llamé y estaba esperando el colectivo. Salí en pijama, sin peinarme, ni lavarme  los dientes, campera en mano, corrí.
Al llegar a la parada de colectivos me desesperé cuando vi que ya no estaba. Por suerte llegó un colectivo a mi rescate, y a contrarreloj logré llegar a la terminal. Pero tampoco estaba.
Lo llamé casi entre lágrimas. Estaba adentro de la terminal, verlo cruzar me alivió.
Pude despedirme, acompañarlo al aeropuerto y desayunar juntos.
Más tranquila ya pude volver a casa. No voy a negar que lagrimee bastante, pero ya las despedidas no me pegan como antes. No me siento abandonada, me siento querida con cada visita. Mis amigos, mi familia.  Es increíble como de a poco todos se organizaron de una u otra forma para escaparse en avión aunque sea unos días y venir a verme.

Foto: Coky Ferreyra





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